El afecto constituye una de las manifestaciones del ánimo definitivas para un buen funcionamiento de la estructura familiar. Debe caracterizar las relaciones entre los padres, éstos y los hijos y los hijos entre sí.
El afecto transmite aceptación, reconocimiento y valoración entre las personas; actúa como garante de la salud física y mental de los integrantes de la familia.
Recordemos que cuando el ser humano nace, no es un ser social y dentro del proceso de socialización primaria que ocurre en la familia, el afecto juega un papel definitivo, pues al niño sentirse amado y significante para sus padres y las demás personas que lo rodean, intentará una serie en aprestamientos sociales que le van a generar relaciones positivas con sus semejantes dentro y fuera de la estructura familiar. Con toda razón afirmó Goethe, que “La certeza del amor de sus padres hace a los hijos invulnerables”.
El establecimiento de lazos afectivos entre los hermanos puede verse apoyado de manera importante por el amor y las actitudes de los padres, pues en crianza el ejemplo arrastra y se constituye en una guía de comportamiento, que inscrita en la cotidianidad, generará una impronta indeleble en la conducta afectiva de los niños.
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